Me quedé sin palabras en ese momento. Miré a todo el mundo con cierta expresión de lástima en los ojos, sin entender el significado de lo que me decían. Moví por inercia mi cabeza, como perdonando a todo aquél que participó de la escena, y soltando un gran y meditabundo suspiro, caminé. Un paso siguió al otro hasta llegar a un lugar donde nadie me veía. Cuando ya no supe si quiera dónde estaba, caí sobre mis rodillas y conversé con Dios.

sábado, 12 de marzo de 2016

famélica

Hoy tuve una fantasía. 10 de la mañana, frío. Mis muslos se enredaban y retorcían las sabanas, casi tan fuerte como mis puños.  El destello imperativo del sol se revolvía con mis pestañas trastornándome, conduciéndome.  A la radio le dio por cantar muy alto, y a la melodía por llegar precisamente hasta donde yo escuchaba. Viajo. Estábamos tú y yo como dos adolescentes; con los jeans arremangados y húmedos de tanto estar tirados en la playa. Soplaba el viento salino, y nuestras narices enrojecidas por el frío parecían no entumecer la tensión vibrante que estrechaba nuestras manos ¡Que delicioso chocar de dientes, que apetitosa ansiedad!  Aún no terminaba la melodía y sentí hambre, a pie de gato bajé hasta la cocina por algo caliente. Tomé la taza con ambas manos y al sentirla rozar mis labios me parecía estar de nuevo en aquella fantasía, en aquella playa… esta vez era nuestro primer beso.  

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